David Conley quiso usar su llave, pero habían cambiado la cerradura. Se enojó, pateó la puerta y rodeó la casa. Conocía bien el lugar. Había vivido allí. Tres días atrás lo habían echado una vez más.

Pisó el alfeizar de la ventana, se agarró de una rama sólida pegada a la pared exterior de la casa y trepó hacia el primer piso. Sabía que esa ventana, la de la habitación de uno de los chicos, siempre estaba abierta : el seguro se había roto. Le costó la subida: los bolsillos repletos lo incomodaban.

Apenas entró a la casa, sacó el arma y apuntó a los dos chicos que lo miraban paralizados. Eran los dos más pequeños: Jonah de 6 y Trinity de 7.

Hubo algún grito y fueron apareciendo los demás. A todos los redujo. Y fue distribuyéndolos por la casa : a los seis chicos, a su exesposa Va

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