Jacques Mesrine
Era el 2 de noviembre de 1979 y la Porte de Clignancourt hervía de tráfico. El Renault Estafette policial, de color blanco, aguardaba detenido en la esquina, como si su conductor esperara una señal. Adentro, en silencio, un comando de la Brigade de Recherche et d’Intervention sostenía los fusiles con las culatas apoyadas en las rodillas. Faltaban segundos. Y en esos segundos se condensaban casi dos décadas de persecuciones, fugas, atracos, asesinatos y titulares que habían convertido a Jacques Mesrine en el enemigo público número uno de Francia y también de Canadá.
Mesrine robó y mató en dos continentes, se había fugado de cárceles consideradas inexpugnables , desafiado a jueces en sus propios despachos y burlado la vigilancia en pleno tribunal. Lo habían buscado