Señor Director:
Si un profesor rociado con combustible no es suficiente para que nuestras autoridades actúen, díganme: ¿qué esperan, un funeral?
¿Qué más tiene que pasar para que se tomen medidas reales? ¿Un profesor herido? ¿Un funcionario que se defienda? ¿Un muerto?
Mientras sigamos hablando de “incidentes” como si esto fuera parte del paisaje escolar, mientras sigamos repartiendo comunicados, grandilocuentes diagnósticos y querellas al por mayor, la violencia seguirá avanzando y la educación retrocediendo.
La seguridad en las escuelas no es un lujo: es la condición mínima para que los profesores puedan realizar su trabajo y nuestros estudiantes puedan aprender.
Seguir mirando para el lado no solo es negligencia. Es, franca y derechamente, complicidad.
Roberto Bravo G.
Director L