Han pasado más de tres décadas desde que las balas apagaron la voz y la vida de Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán Sarmiento, Bernardo Jaramillo Ossa, Carlos Pizarro Leongómez y Álvaro Gómez Hurtado. Pensamos que habíamos aprendido, que aquella década desastrosa de los 90 no volvería, que nunca más permitiríamos que la violencia política decidiera por nosotros. Pero nos equivocamos.

El magnicidio de Miguel Uribe Turbay nos recuerda que en Colombia sigue siendo peligroso pensar diferente, soñar diferente, querer un país distinto. No es posible que la dignidad de presidir una nación se pierda en las mieles del poder y que el objetivo mayor se reduzca a dividirnos.

En mis cuatro décadas de vida, nunca había sentido una dirección de país tan vacía de intención por unirnos. La potencia mundi

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