Lo ideal serían que todas las administraciones colaboraran y se implicaran en cuidar lo común, pero esa tarea se antoja imposible mientras no estén en La Moncloa los que se creen que España es suya

El triángulo de fuego que está arrasando todo se sitúa hoy entre Ourense, Zamora y León. Hay desolación en el polideportivo de La Bañeza, abierto para acoger a los evacuados de los pueblos quemados, muchos con más tres cuartos de siglo a sus espaldas. Tres muertos ya, entre Madrid y León, los dos últimos voluntarios y amigos que combatían el incendio con desbrozadoras propias hasta que el fuego los envolvió. Bomberos forestales que trabajan 17 horas a los que preparan bocadillos los vecinos y que en invierno tendrán que buscarse otro trabajo. Las Médulas, como la sierra de la Culebra, arrasadas. Cualquiera ve las causas del desastre: falta de prevención, recursos y profesionalización, privatización de los servicios públicos, descoordinación, envejecimiento de la población y abandono del campo, olas de calor terribles tras temporadas lluviosas que llenan el campo de maleza que arde y se lleva todo por delante, incendios que evolucionan al ritmo del cambio climático y son cada vez más difíciles de combatir.

La inversión pública en prevención de incendios ha caído a la mitad desde 2009. La prevención no luce, no da réditos electorales, es como limpiar la casa todos los días: nadie te lo agradece aunque si no se hace te come la mierda. La responsabilidad es compartida por las administraciones central y autonómicas pero las competencias son de las CCAA.

Eso lo sabe Alberto Núñez Feijóo, presidente autonómico durante más de una década, pero a nadie le gusta menos el estado de las autonomías que al PP cuando toca asumir responsabilidades. El consejero de Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León, Juan Carlos Suárez-Quiñones, explicó perfectamente la política territorial de su partido: es un despilfarro tener bomberos todo el año y los responsables políticos en gestión forestal no estaban donde tenía que estar porque tienen la mala costumbre de comer a sus horas. Que son muchas. Con la tierra arrasada y el desastre ya consumado, han tirado de los clásicos. El más popular es que la culpa es de Pedro Sánchez, que tenía que haber entrado en Zamora como Trump en Washington DC. El segundo, más estratégico, consistente en dejar claro que van a liderar la reconstrucción, que es la etapa posterior a la destrucción donde se reparten dineros y no responsabilidades. Mazón style.

El Gobierno debe trazar un plan de gestión forestal que tenga en cuenta las nuevas circunstancias provocadas por el cambio climático del que tanto se ríen los de Vox mientras venden que son los únicos que luchan por el medio rural y por la despoblación. Las CCAA deben invertir más en prevención, trabajos de reforestación, aprovechamiento de la madera y conservación de la biodiversidad; lucha contra las plagas; gestión del uso público de los montes o investigación en gestión forestal. Lo ideal serían que todas las administraciones colaboraran y se implicaran en cuidar lo común, pero esa tarea se antoja imposible mientras no estén en La Moncloa los que se creen que España es suya. El PP ya tiene gran parte del poder territorial pero lo ejerce mejor cuando conviene a sus propios fines y peor cuando las cosas vienen mal dadas.

La bronca política no sirve de nada a los que están en primera línea de fuego: habitantes de las comarcas devastadas, agricultores y ganaderos que lo pierden todo, bomberos y voluntarios que trabajan en labores de extinción. Conforme nos alejamos de las llamas, la lucha es por lo de siempre y más cruenta desde que Sánchez es presidente. El fuego aviva la polarización y en esa hoguera arden los valores compartidos, el compromiso, los servicios públicos. La política de tierra quemada arrasa con todo y no deja espacio para respirar, mucho menos para cuidar la vida y el paisaje que nos rodean. Lo que, en definitiva, llamamos España.