Parece una leyenda que los tabernarios no amen el libro, y mucho menos el fondo del vaso. Que las chanzas ganadas o perdidas en la barra sean incompatibles con la reflexión silenciosa que acompaña a la lectura. Sin embargo, en una minúscula aldea asturiana llamada Pimiamgo, se desmonta con alegría y contundencia esa idea preconcebida.

Aquí, un insólito tabernáculo ha recuperado el misterio del libro perdido y lo ha mezclado con el refugio del vaso lleno. Un lugar donde se puede beber y leer al mismo tiempo sin que nadie levante la ceja. La banda sonora es un viaje en sí misma: Bob Dylan, Tracy Chapman, a veces algo de Van Morrison o Sabina, según la hora y el ánimo del patrón.

En las mesas, antañones melenudos hojean viejas ediciones, miran el ordenador portátil o comentan las últimas

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