Cada 15 de agosto, Arequipa no solo celebra su fundación, sino que reafirma una verdad más profunda: su permanencia en el tiempo como idea, como destino, como herencia. Fundada en 1540 por Garcí Manuel de Carbajal, pero soñada desde mucho antes por la voluntad prehispánica, la ciudad no nació con piedra ni cruz, sino con un mandato tácito: resistir. Y resistió.
Arequipa es eso que los poetas han intentado capturar sin éxito total, porque ¿cómo encerrar en verso un cielo eternamente azul, tres montañas tutelares que fungen de templo, y una campiña que es el verde improbable en medio de un desierto? ¿Cómo explicar que el Misti, con su cono perfecto, no solo preside la ciudad, sino que la interroga? Por lo que se expresa: “No en vano se nace al pie de un volcán”.
El viajero que llega no se