Si el discurso oficial estuviera sustentado en la verdad; no en las falsedades con débil apariencia de certeza, muchas cosas serían de más rápida comprensión y de cualquier manera aceptadas por los ciudadanos a quienes supuestamente se dirige el discurso.
La mentira –o la media verdad o de plano la posverdad-- no es un pecado ni una desvergüenza para el político (o la política). Es un hábito profundo, una manía arraigada, una materia prima en la construcción y práctica del poder.
Como dice David Shore, el escritor de la afamada serie Doctor House: todos mienten. Pero frente a ese vicio, las palabras del doctor Honoris Causa de la UNAM Y premio Princesa de Asturias Joan Manuel Serrat:
“Nunca es triste la verdad Lo que no tiene es remedio
Y no es prudente ir camuflado Eternamente por ahí