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En el lenguaje de las élites, hay palabras que no son simples insultos: son armas. Indiamenta es una de ellas. Su origen se hunde en el periodo colonial, cuando los españoles usaban indio como sinónimo de salvaje, flojo o atrasado, y añadían el sufijo despectivo para rebajar aún más la dignidad de quienes habitaban estas tierras antes de la llegada de la cruz y la espada. Durante siglos, la palabra fue repetida en salones de poder, documentos oficiales y conversaciones de sobremesa entre terratenientes, siempre como un recordatorio de jerarquía: ellos arriba, los pueblos indígenas abajo.

Alguna vez escuché a alguien de la élite decir sin pudor, con la voz cargada de burla: “Hoy es el día de la indiamenta”. La sala, llena de trajes elegantes, soltó una risa cómplice. Nadie

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