
Cuando el calor afloja un poco y el día empieza a despedirse, pasear por un jardín es uno de esos pequeños placeres que llevan siglos repitiéndose. Los hay grandes, pequeños, cuidados, salvajes, con fuentes, sin ellas, cerca de la ciudad o alejados de ellas. Pero todos tienen algo en común: una vegetación que reconforta, que acompaña cuando más lo exigen las temperaturas del verano, y que además tiene mucho que contar.
Estos lugares no son solo parques bonitos. Muchos fueron escenario de intrigas cortesanas, fiestas, paseos reales o encuentros diplomáticos. Otros nacieron como huertas, patios privados o retiros veraniegos, y hoy conservan una parte importante de su trazado original. Caminar por ellos es también asomarse a la historia y a la manera en que distintas épocas entendieron la relación entre naturaleza y arquitectura.
En este recorrido hay jardines que impresionan por su geometría perfecta, otros que atrapan con su aire romántico y algunos que sorprenden por la mezcla de estilos. El Campo Grande en Valladolid, el Generalife en Granada o el Parc Samà en Tarragona son solo algunos de esos jardines que esperan a que llegue la tarde para mostrar su mejor cara.
Jardines de Campo Grande (Valladolid)
En el corazón de Valladolid se extiende este espacio verde con siglos de historia. En la Edad Media fue campo de justas y ejecuciones, y durante mucho tiempo funcionó como terreno comunal. El gran cambio llegó en el siglo XIX, cuando el alcalde Miguel Íscar encargó al jardinero Ramón Oliva un diseño al estilo de los parques parisinos. Desde entonces, el Campo Grande combina paseos amplios, glorietas y parterres con rincones más íntimos, un lago para barcas y una gruta decorada con estalactitas.
Hoy alberga casi 90 especies de árboles y arbustos, además de una animada fauna urbana en la que destacan pavos reales, ardillas y múltiples aves. Las esculturas y fuentes monumentales se reparten por el recinto, que se ha convertido en un lugar imprescindible para desconectar sin salir de la ciudad.
Jardines de los Reales Alcázares (Sevilla)
El conjunto de jardines que rodea el Real Alcázar es un reflejo de la historia de la ciudad. Hay trazados andalusíes, patios mudéjares, grutescos renacentistas y zonas con influencias barrocas o regionalistas. El agua, presente en fuentes y estanques, se mezcla con setos recortados, naranjos y palmeras centenarias. Cada espacio tiene su propio carácter: desde el Jardín del Príncipe, con setos de boj y magnolios, hasta el Jardín de las Damas, con fuentes escondidas y un aire acogedor.
El recorrido puede incluir laberintos vegetales, estanques como el de Mercurio, patios históricos o zonas más abiertas como el Jardín Inglés. No es un solo jardín, sino muchos en uno, y todos se mantienen con el mismo cuidado que el resto del palacio, todavía residencia oficial de la Corona en sus visitas a Sevilla. Además, en verano se celebran ciclos de conciertos por las noches.
Jardines de la Alhambra y el Generalife (Granada)
Como seguramente sepas, en la Alhambra, los jardines no son un añadido, sino parte esencial del conjunto. Nacieron en época nazarí con un propósito claro: recrear un espacio armónico en el que agua, vegetación y arquitectura se integraran de forma natural. El Patio de la Acequia, el de los Leones o el de Comares son algunos de los ejemplos más reconocidos.
A lo largo de los siglos se sumaron espacios renacentistas, románticos y del siglo XX, como los jardines nuevos del Generalife o los del Partal. Las vistas desde las terrazas ajardinadas hacia Sierra Nevada o la ciudad de Granada añaden un valor único a este recorrido, que combina historia y paisajismo en distintas épocas.
Jardines del Palacio Real de La Granja (Segovia)
Felipe V, primer Borbón español, quiso en La Granja su propio retiro inspirado en los grandes jardines franceses. El resultado fue un conjunto a la francesa con avenidas rectas, parterres geométricos y un sistema de fuentes monumentales que sigue funcionando con el sistema hidráulico original del siglo XVIII.
Entre las más llamativas están la Fuente de la Fama, con su chorro de más de 40 metros de altura, la de los Baños de Diana o la de las Ocho Calles, rodeada de esculturas mitológicas. El entorno de la sierra y la abundancia de agua completan el atractivo de un espacio que combina arquitectura, arte y paisajismo con un cuidado equilibrio. Subir al estanque del Mar o pasear por su zona boscosa más salvaje es también uno de sus planes imprescindibles.
Jardines del Palacio Real de Aranjuez (Madrid)
Aranjuez reúne distintos estilos y épocas en sus jardines. Felipe II impulsó el Jardín de la Isla y el del Rey, de inspiración renacentista, mientras que Felipe V introdujo el Parterre al estilo francés. Carlos IV, ya en el siglo XVIII, creó el Jardín del Príncipe siguiendo el modelo paisajista europeo, con más de 140 hectáreas de paseos, fuentes y edificaciones singulares como el Estanque de los Chinescos.
Cada zona tiene su propio encanto: el trazado geométrico del Parterre, las avenidas llenas de árboles de la Isla o la amplitud del Jardín del Príncipe junto al Tajo. Es un lugar donde la historia se aprecia tanto en los detalles escultóricos como en la variedad vegetación.
Parc Samà (Cambrils, Tarragona)
Este jardín romántico, con toques modernistas y aires coloniales, fue creado en 1881 por encargo del marqués de Marianao. Lo diseñó Josep Fontserè con la colaboración de un joven Antoni Gaudí. El resultado es un espacio ecléctico con lago, puentes colgantes, grutas y un palacete rodeado de vegetación exótica.
El Parc Samà combina trazados ordenados con zonas más libres y boscosas. Su colección botánica incluye palmeras, cedros, robles y plantas trepadoras como glicinas o buganvillas . También recupera su antigua tradición de albergar aves ornamentales, adaptada hoy a criterios de bienestar animal, y forma parte del Itinerario Europeo de Jardines Históricos.
Jardines de Pazo de Oca (A Estrada, Pontevedra)
Conocidos como el “Versalles gallego”, los jardines del Pazo de Oca mezclan influencias francesas e inglesas. Surgieron en el siglo XVIII como parte de un conjunto pacego barroco, y a lo largo del tiempo han incorporado zonas de aire romántico sin perder su trazado original.
Los estanques, alineados con la capilla, y el laberinto de boj, son dos de sus elementos más representativos. A ellos se suman parterres con camelias, azaleas y hortensias, un hórreo tradicional y vistas abiertas al valle del Ulla. Declarado Monumento Histórico-Artístico, sigue siendo uno de los mejores ejemplos de jardinería histórica en Galicia.