Por Eladio Solarte Pardo
Al transitar por el hermoso e imborrable camino de la infancia, que muchos atesoramos en el corazón, por allá en la década de los años cincuenta, comencé a conocer, a explorar con la curiosidad de adolescente, pero quizás algo más importante y trascendental, “empecé a querer a Popayán” como propósito de vida, mi segunda tierra natal, lejos todavía de entender que para amar hay que primero conocer.
La verdad es que con solo este enunciado hoy, muchos años después nuestro espíritu se arruga un poco al darnos cuenta de que hoy el tiempo presuroso e implacable nos coloca de cara a dos épocas casi antagónicas, como fieles actores y testigos de ese devenir histórico.
Es que por aquellos años idos recorrer la pequeña ciudad era un deleite, un verdadero hechizo por cuan