Ver a la Gendarmería avanzar contra personas en sillas de ruedas , madres con niños con parálisis cerebral, o jóvenes autistas que no comprenden el caos del bastón y el escudo, no es -como algunos pretenden- un exceso momentáneo de fuerza. Es la escena reveladora de un poder que ya no administra la vida, sino que clasifica la muerte. Es la manifestación de una soberanía que ha mutado: ya no protege, ya no cuida: decide quién cuenta y quién no. Esta acción tiene un nombre: necropolítica.
El filósofo camerunés, Achille Mbembe, uno de los grandes críticos del poder postcolonial, lo formuló sin ambigüedad: “la expresión última de la soberanía reside ampliamente en el poder y la capacidad de decidir quién puede vivir y quién debe morir”. Allí donde el biopoder foucaultiano buscaba gestionar