Las tragedias de lejos siempre son menos tragedias. De cerca cambia su forma, su textura, su olor. Ésta que vivimos, en concreto, huele a quemado. Un hedor intenso, asfixiante que se cuela por los conductos del coche al atravesar la A-52 en plena oleada de incendios sin control por el triángulo de fuego, Orense, León, Zamora. El sol y el cielo desaparecen, cubiertos por una intensa humareda, niebla de brasas y hollín, carteles y arcenes carbonizados, humo que cambia su color, blanco o negro, para convertirse en detector de la actividad de las llamas. A ambos lados de la carretera quedan el horror, la desolación y la devastación que evidencian este agosto la vulnerabilidad de España. Incendios cada vez más virulentos que reflejan, según a quien se escuche, los estragos del cambio climático
Olor a quemado

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