Si se omiten las exageradas narrativas optimistas y de autoelogio de Donald Trump, un análisis no necesariamente extremo constataría que esta ha sido una semana de tiempo perdido para la crisis ucraniana. Fracasó primero la cumbre del líder norteamericano con Vladimir Putin en Alaska y tampoco quedó un camino claro, después, en el encuentro del lunes con el presidente Volodimir Zelenski y sus aliados europeos en la Casa Blanca.

Esa última cita desnudó la fragilidad de todo el artefacto. Los mandatarios de las principales capitales del continente corrieron a secundar al colega de Kiev, en un movimiento en puntas de pie frente a Trump, con forzadas sonrisas y alabanzas que se suelen usar para calmar sujetos imprevisibles y con un arma cargada en la mano.

Se sostiene que esas presencias

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