No hay nada de malo en hornear pan o en criar hijos, si eso es lo que se quiere. El problema es cuando el único guión disponible para una mujer es hornear pan y criar hijos, y cuando la estética dulce esconde una estrategia política y económica para recortar libertades.

Una mesa de madera rústica, un pan recién horneado, flores secas en un florero de cristal. La escena es perfecta, reconfortante. Para muchas mujeres jóvenes, este imaginario cottagecore se convirtió, sobre todo después de la pandemia, en un refugio frente a la sobrecarga laboral, el ruido de las redes, la precariedad económica, la incertidumbre y la depresión.

Hasta aquí todo puede sonar bien e inclusive idílico. ¿Qué tienen de malo las flores y el pan casero? La verdad es que en sí, nada. Este no es el problema ni el cen

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