Una cifra no cuadraba. Millones de dólares se encontraban en peligro. Mi anhelo por la discrepancia se transformó en una obsesión que absorbía cada instante de mi horario de trabajo y, frecuentemente, permeaba mis pensamientos más allá de ella. Como Controller para Latinoamérica en General Electric, una compañía de alcance mundial, la exactitud no solo era un requerimiento, sino un deber. Estábamos ante una crisis mundial, era 2008 y enfrentábamos el reto de conciliar una cuenta contable que no tenía pies ni cabeza. Junto con un equipo de 6 personas nos encerramos en una sala de la que no saldríamos hasta resolver esta problemática; pasamos largos días que se volvieron semanas inmersos en hojas de cálculo, entre cientos de cuentas infinitas que se entrecruzaban como un laberinto.

La enorm

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