Prohibiciones. Son el signo de los tiempos. Culpabilizar, culpabilizar y culpabilizar. Del lejanísimo y utópico “prohibido prohibir” que enarbolaban los ancianos del presente cuando fueron jóvenes, al “prohibámoslo todo”; no sea el caso que quede un agujero de libertad a través del cual el engranaje del mundo se vaya al garete.
El individuo es culpable y como tal hay que tratarlo. Su reeducación y reinserción pasa por acomodarlo forzosamente al redil. Sucede, claro, que las reglas atañen principalmente a quien el carácter impele a cumplirlas.
Gobiernos y administraciones cuentan con afinadísimas máquinas punitivas para reprimir y castigar las faltas administrativas o para cargar en las espaldas del ciudadano común continuamente obligaciones de nuevo cuño.
La prioridad del leviatán es el