Hay algo en el aire de esta época que recuerda a esas novelas donde dos personajes, aparentemente antagónicos, descubren –para horror del lector– que persiguen lo mismo. Es el caso de la afinidad tóxica entre el Kremlin y la Casa Blanca, que podríamos llamar Moskóvington: una entidad geopolítica sin bandera, visible ya en las presidenciales del 2016, cuando una operación de desinformación rusa interfirió en la campaña que llevó a Trump a la Casa Blanca.
No es una alianza declarada, sino una afinidad operativa. Moskóvington funciona mediante mecanismos convergentes: construcción de realidades paralelas; disolución de las fronteras entre lo estatal y lo personalista; uso sistemático de plataformas afines para deslegitimar la oposición y degradar al adversario a enemigo nacional. El trumputi