Nadie pensó hace un año y medio, al depositar el voto a favor de Javier Milei, que en tan poco tiempo su favorito aparecería enlodado por temas de corrupción. Ni el mismo candidato, ni siquiera la oposición. Aterrizaba en la Casa Rosada por dos razones: para dar vuelta como una media la insolvente y anémica economía, también para pasarle un trapo de lavandina a una tradición de diversos cohechos en el país, monumentales en la administración de los Kirchner simbolizados con un señor con una ametralladora que tiraba seis millones de dólares por encima de una pared. Y una presidenta hoy presa por fortunas incalculables. En la tarea económica, Milei lucha contra una dadivosa Argentina a la que le place gastar más de lo que gana, tropieza en su empeño y se levanta, se equivoca, tal vez corrija

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