Por: Wilson Ruiz Orejuela

Colombia volvió a despertar con el eco ensordecedor de la violencia. Los recientes atentados, atribuidos a disidencias de las FARC vinculadas al narcotráfico, no solo sembraron el dolor y la incertidumbre en distintas regiones del país, sino que dejaron al descubierto lo que muchos advertimos desde el inicio, la llamada “Paz Total” del presidente Gustavo Petro no era más que un castillo de naipes sostenido por discursos grandilocuentes y promesas vacías. Hoy, esos naipes se desploman y el precio lo pagan los colombianos de a pie, los soldados, los policías en las carreteras, y las familias que vuelven a vivir la pesadilla del miedo.

La fragilidad de una estrategia improvisada, sin línea de mando clara, que confundió al Estado con un mediador débil y al crimen or

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