Por: Emilio Gutiérrez Yance
San Fernando, el edén bolivarense, despierta cada día con el canto de los gallos y el rumor de un río que parece arrullar al pueblo entero. Allí, donde el aire huele a café recién colado y a ganado sudoroso, los sueños nacen como las matas de maíz: a fuerza de sol, sudor y esperanza.
En esas calles polvorientas, bajo el calor que dora los techos de zinc, nació Isabel Sofía Rodríguez Alvear. Su infancia no se midió en muñecas ni juegos de plaza, sino en bollos humeantes que llevaba en un perol, recorriendo mañana, tarde y noche las esquinas del pueblo. «Mis muñecas fueron el molino», recuerda con nostalgia, «donde yo molía maíz y ayudaba a desgranar, soñando mientras el maíz se volvía masa».
Las chancletas gastadas que la llevaban de calle en calle se volviero