En los claustros de las universidades públicas mexicanas ha germinado un clima de hostilidad que, bajo el velo del progresismo, exhibe una preocupante afición por las viejas formas de odio.
El fervor de ciertos bloques de la izquierda, que se autodenominan anarquistas, feministas o «wokistas», ha encontrado en el conflicto en Medio Oriente la excusa perfecta para abrazar un antisemitismo que, por su vehemencia, se hermana con el desprecio histórico de la derecha y el nacionalismo católico.
Es una paradoja trágica observar cómo la misma izquierda que antaño luchaba contra la intolerancia, hoy ondea estandartes que evocan el odio antiguo, promoviendo los colores de Hamás y justificando acciones terroristas con una ceguera ideológica aterradora.
Esta nueva expresión del antisemitismo, disf