En el reino de Minerva, donde el saber se mide en tomos polvorientos y la verdad se esconde en laberintos burocráticos, existe un feudo peculiar.
Sus señores, que claman ser los más humildes, han levantado un discurso de despojo y austeridad, una bandera de cartón que ondean con orgullo desde sus castillos bien amueblados.
Han hecho de la modestia una moneda de cambio y del populismo un atuendo de gala. El atuendo, por cierto, es un ponchito de lana.
Un símbolo del pueblo, de la sencillez y de la vida sin artificios.
Dicen que su reina, la consorte de un monarca que habla con la gente común, lo lleva con dignidad, pero sus sirvientes y cortesanos murmuran que en realidad la prenda es un camuflaje.
Un velo tejido de excusas que disimula el brillo de sus joyas y el pasaporte que la llev