Resulta poco decir que Nicolás Maduro es un dictador con huellas de criminalidad, un violador sistemático de derechos humanos y, desde luego, el jefe (mandamás o esbirro, no se sabe) de un aparato estatal aliado al narcotráfico.

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Maduro, no es comunista, no es de izquierda, no es progresista, ni siquiera liberal. Ha buscado mimetizarse en esa imagen, pero su accionar es réplica más cercana a la de nefastos personajes como Pinochet, Bokassa, Idi Amín, Rafael Videla, también Anastasio Somoza, Teodoro Obiang, Stroessner o Turbay Ayala; bien dicho, lo suyo es la expresión viviente de algunos de los más abominables fascistas y autócratas que puedan recordarse en tiempo cercano.

Que Maduro merece toda la sanción posible resulta irrefutable. Pero situación distinta sería apoyar en cua

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