Un pasmo frío nos atrapa cada día más, lentamente. Predecir el futuro, hacer planes a medio y largo plazo o confiar en el porvenir como un escenario superador y redentor se vuelve más inasible, inaccesible. Sin horizontes compartidos y visibles, estamos indefensos. Es el frío del miedo al mañana. Es la duda que cala los huesos. Cuando el futuro no es seguro, nadie quiere avanzar hacia él y los presentes exigentes, las soluciones fáciles y los atajos se ofrecen como alternativa. Richard Sennett, en su libro El intérprete: Arte, vida, política , lo explica muy bien: “El futuro se bifurca en el tiempo y toma dos caminos: el pronóstico y el presentimiento. En el pronóstico uno puede tener casi la certeza de lo que va a suceder, y sabe las medidas que hay que tomar para hacer que tenga lugar

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