Los partidos de la derecha se han vuelto a entregar a un intento rocambolesco por nadar y guardar la ropa. Como ocurre con las propuestas sobre el cambio climático, la energía fotovoltaica, las subvenciones al campo y todos los otros debates que nos colocan de frente con el modelo de país que queremos ser
Nuñez Feijóo haría bien en escuchar el consejo de Margaret Thatcher. “Si te propones gustarle a todo el mundo”, decía la Dama de Hierro, “debes estar dispuesto a ceder ante cualquier cosa en cualquier momento. Y así no lograrás nada”.
Ella, que no tenía ningún interés en agradar, hacía lo posible por dejar muy claro lo que pensaba, tanto si le gustaba a los demás, como si no. “La sociedad no existe”, decía“, ”solo existen las personas y las familias“. Uno puede estar en las antípodas de sus ideas y aun así reconocer que la señora tenía coraje.
Durante mucho tiempo, la derecha ha hecho de esta forma tan descarada de estar en el mundo una seña de identidad. Ellos son los valientes, los que dicen las cosas a la cara. Los que se atreven con los grandes cambios y en los que hay que confiar cuando las cosas se ponen difíciles. “Yo no creo en el Estado del bienestar”, decía Esperanza Aguirre, “a la larga, la dictadura fue mejor que la II República.” Te pueden parecer horribles sus argumentos, pero no te queda ninguna duda de cuál es su modelo.
¿Qué fue de esa derecha? ¿Dónde se han metido? Hoy, cada vez que un periodista aprieta un poco a Alberto Nuñez Feijóo o a Santiago Abascal sobre sus posiciones sobre la inmigración se produce frente al atril un espectáculo de contorsionismo; una colección de piruetas argumentales para justificar que ellos están en contra de la inmigración, pero solo de la ilegal. Porque de la legal, dicen, no están en contra (tampoco sabemos si están a favor). Lo que nos tiene que quedar claro es que hay migrantes buenos y otros malos, y que ellos están solo contra los malos y sobre todo contra los gobiernos que les dejan venir a cobrar paguitas.
Y entonces, para que no se note que no están diciendo nada, se llenan la boca de cosas que parecen muy valientes, pero que son una cortina de humo, como eso de vincular inmigración con delincuencia o eso otro de hundir el Open Arms.
Vamos a ver. A nadie se le escapa que nadie va a hundir nada en un país donde existe el Estado de Derecho. Pero la astracanada le sirve a Abascal para que ya nadie le haga la siguiente pregunta: ¿Qué propone que hagamos con las fronteras? ¿Que levantemos un muro en las playas, como quería hacer Trump? ¿Que militaricemos la costa y haya puestos de la armada en cada chiringuito? ¿Cuánto cuesta todo eso? ¿Nos lo podemos gastar en atender a las víctimas de violencia sexual que tanto le preocupan, con independencia de la procedencia de los agresores?
Y más: ¿Están a favor de que haya inmigración? ¿Cuánta? ¿De qué países? ¿Están de acuerdo en que España participe del espacio Schengen? ¿Cómo se detiene un fenómeno –el de las migraciones– que es tan consustancial a la existencia humana como el comercio? ¿Qué solución mágica han encontrado que ningún otro país en la historia ha descubierto para que no entre nadie en la Península Ibérica?
Somos todo oídos.
A mí de verdad que me gustaría encontrar una respuesta. Entender cuál es su modelo y las razones que tienen para defenderlo.
Y es que, hoy por hoy, estar en contra de la inmigración es un desatino. No solo la estancia de personas en situación irregular, según las estimaciones, apenas supera el 1% de la población; la inmigración en su conjunto es responsable del crecimiento de la población y del crecimiento económico extraordinario que ha experimentado España en los últimos años. (Bien lo saben en la Comunidad de Madrid, donde Díaz Ayuso hace años que afirma que la llegada de “hispanoamericanos” es “lo mejor que le ha pasado” a la región.)
Por otra parte, es evidente que hay una relación entre riqueza e inmigración: los países con más inmigración son más exitosos y las poblaciones que migran suelen ser más jóvenes que las de acogida. A menudo, los jóvenes migrantes son los más emprendedores de sus países de origen y aportan dinamismo a los de acogida. En EEUU, la mitad de las startups valoradas en más de 1.000 millones de dólares fueron creadas por inmigrantes, o hijos de inmigrantes. Mientras tanto, 4 de los 7 CEOs de las mayores empresas de la economía americana, los llamados “7 magníficos”, son inmigrantes también (incluyendo, por cierto, a Elon Musk, que es sudafricano).
En un momento histórico en el que todas las inversiones se hacen en “capital humano” es un despropósito económico colocarse contra la capacidad de un país para atraer jóvenes de otras latitudes. Y señalar a los inmigrantes por “incrementar la criminalidad” no es nada distinto de esto.
Atascados entre la espada de la evidencia y la pared de no tener otra cosa que contarle a sus votantes, , a falta de una propuesta que hacer, intentan ponerse de perfil, no decir nada, ceder ante cualquier cosa: gustar a todo el mundo.
Y por ese camino, como les decía Margaret Thatcher, no lograrán nada nunca.