El Metropolitano de Barranquilla tiene algo de santuario y algo de feria. Sus paredes guardan los rezos más íntimos de los hinchas y sus pasillos huelen a fritanga, cerveza tibia y aguardiente compartido en vasos plásticos. Allí, en esa mezcla de fe y jolgorio, Colombia escribió otra página de su historia futbolera: el triunfo 3 a 0 contra Bolivia que aseguró el tiquete al Mundial de 2026 .
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Desde temprano, la ciudad había despertado con un aire distinto. Los buses urbanos se pintaron de amarillo con camisetas colgadas en las ventanas y las calles retumbaron con pitos y tambores. En cada esquina, algún vendedor improvisado ofrecía banderas, Sombreros y bubucelas que no tenían más pretensión que sumarse al ritual. No importaba si eran originales o piratas: lo que contaba era