Resulta doloroso ver cómo cada vez perdemos la capacidad de sorprendernos ante lo inaceptable. La violencia nos ha llevado a normalizar e incluso a negar hechos tan desgarradores como la desaparición de una niña de 10 años, en su colegio, en una mañana cualquiera. Como madres, nos resulta incomprensible aceptar que algo así pueda ocurrir.
La violencia y la muerte son difíciles realidades de la vida que siempre nos convocan a reflexionar sobre el sentido de la existencia y la complejidad humana así como la indolencia o la impotencia, entre otros. Es una dura confrontación con lo absurdo e inexplicable. Nos cuesta esclarecer por qué la violencia se ha convertido en un lenguaje común que conduce a la muerte de personas inocentes, mujeres, niños, jóvenes y líderes. Aunque es difícil no perder