No es fácil creer que de estrella económica de la última década del siglo XX y la primera del siglo XXI, producto de la paz social, estabilidad jurídica y disciplina fiscal ganadas a pulso, el Perú quiera ahora convertirse, desde el frágil y quebradizo terreno de la política, en una casi perfecta isla de la fantasía.

La metáfora no solo tiene que ver con la pretensión de construir en la isla El Frontón, a un elevadísimo costo económico, logístico y de mantenimiento, un nuevo penal para reos de alta peligrosidad que el imprevisible sistema de justicia podría excarcelar en cualquier momento. Tiene que ver también, en una dimensión mayor, con la regresión del país hacia un tipo de realidad que supera cada vez más la ficción.

Buscamos idealizar un sofisticado sistema penitenciario (que bien

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