
La capacidad de Albert Einstein para replantear las leyes físicas cambió el rumbo de la ciencia moderna y lo situó como un referente indiscutible en la historia de la humanidad. Su teoría de la relatividad transformó la manera de entender el espacio y el tiempo, mientras que su explicación del efecto fotoeléctrico abrió el camino hacia la física cuántica.
Esas aportaciones fueron la base de descubrimientos posteriores que siguen marcando la tecnología actual. Sin embargo, su genio no se limitaba al ámbito académico, porque también buscaba transmitir a sus hijos una forma distinta de acercarse al conocimiento . Ese afán personal por orientar el aprendizaje quedó plasmado en las cartas que escribió a Hans Albert .
Una carta desde Berlín mostró su idea de que el entusiasmo debía guiar la educación
En 1915, en plena separación familiar, el físico redactó un extenso mensaje desde Berlín dirigido a su hijo de once años, tal y como se recoge en el libro Posterity: Letters of Great Americans to Their Children . Allí no solo habló de la necesidad de compartir tiempo juntos, sino también de lo que entendía como una educación auténtica , guiada por el interés propio y no únicamente por los programas escolares. Según Einstein, “estoy muy contento de que halles placer en el piano. Eso y la carpintería son, en mi opinión, las mejores actividades para tu edad, mejor incluso que el colegio”.
Esa insistencia en que su hijo disfrutase del piano o de la carpintería no era casual. Einstein subrayaba que la clave del aprendizaje residía en dedicarse a aquello que generaba entusiasmo , sin importar tanto la obligación formal. En la misma carta señalaba que “toca al piano principalmente lo que te guste, aunque la profesora no te lo asigne. Esa es la mejor manera de aprender, cuando estás haciendo algo con tal disfrute que no te das cuenta de que el tiempo pasa ”. De esa forma, defendía la idea de que el conocimiento se interioriza con mayor fuerza cuando se acompaña de motivación personal.
El intercambio epistolar con su hijo se produjo mientras la familia vivía en Viena y él permanecía en Berlín, inmerso en los cálculos que darían lugar a la teoría general de la relatividad. Aun así, encontraba espacio para remarcar que su labor científica tenía también un propósito íntimo. En palabras del propio físico, “lo que he conseguido gracias a mi extenuante trabajo no debe valer sólo para los desconocidos, sino sobre todo para mis propios hijos”. Con ello, expresaba un deseo de que sus avances no quedasen en manos de extraños, sino que sirvieran como experiencia vital para quienes compartían su vida familiar.
La curiosidad infantil era para Einstein la mejor manera de acercarse al universo
La convicción de que la pasión debía guiar el aprendizaje se repite en otros momentos de su trayectoria. En The Human Side , recopilación de reflexiones publicada tras su muerte, Einstein dejó escrito que “el estudio y, en general, la búsqueda de la verdad y la belleza conforman un área donde podemos seguir siendo niños toda la vida ”. Esa comparación con la infancia resume su visión de un mundo donde la curiosidad se mantiene intacta si se cultiva la disposición a asombrarse, incluso en la edad adulta.
Ese mismo planteameinto aparece en Glimpses of the Great , obra de G. S. Viereck, donde el físico empleó una imagen llamativa para describir cómo se enfrentaba al universo. Explicó que “estamos en la posición de un niño que entra en una biblioteca llena con libros en muchos lenguajes diferentes. El niño sabe que en esos libros debe haber algo escrito, pero no sabe qué. Sospecha levemente que hay un orden misterioso en el ordenamiento de esos libros, pero no sabe cuál es”. Para Einstein, esa sensación era la que mejor representaba el papel de la humanidad frente a la inmensidad del cosmos .
Años más tarde, ya convertido en figura mundial, continuó contestando cartas de niños y niñas, como recoge el volumen Dear Professor Einstein: Albert Einstein’s Letters to and from Children . Una de las más singulares fue la de Tiffany, una joven que en 1946 le confesó sus dudas sobre ser mujer y su afición por los caballos. La respuesta del científico fue breve pero contundente: “A mí no me importa que seas una chica, pero lo más importante es que no te importe a ti. No hay ninguna razón para ello”. Esa frase reflejaba la misma filosofía que defendió con su hijo: lo relevante era perseguir aquello que se deseaba, sin atender a convenciones externas .
La fuerza de esas cartas muestra a un Einstein menos asociado a ecuaciones y más vinculado a su faceta humana. Entre cálculos complejos y reconocimientos internacionales, encontraba espacio para escribir a su hijo que disfrutara con la música o con la madera. Esa faceta paternal dejó un retrato inesperado de un hombre que sabía que los mejores aprendizajes empiezan por un interés genuino.