El miércoles, 10 de septiembre, víspera de la Diada Nacional de Catalunya, Europa se despertó sobresaltada: Rusia acababa de lanzar sobre Polonia esas nuevas y eficaces armas de ataque llamadas drones. El suceso fue tan trascendente que el primer ministro Donald Tusk lo calificó como “una violación sin precedentes”. Y provocó tanto miedo que se empezó a temer que fuese un ensayo o una medición de fuerzas y de la capacidad de respuesta ante lo que más teme la humanidad: un conflicto que, por la eficacia de las nuevas armas, sea de liquidación.
Todo inducía e induce a temer lo peor, porque Trump, tan previsor, acababa de inaugurar el Departamento de Guerra; una veintena de naciones acababan de exhibir su bloque de superioridad frente a la arrogancia imperial de Estados Unidos; China acababa