Este siempre será el verano de incendios en el que me faltó la suficiente juventud como para negar que me muero. Es curioso el efecto que despliega en el flujo de la consciencia la certeza de que existe ahí afuera un límite de días extrínseco a nuestra existencia. Que hay una fecha viajando hacia nosotros a la velocidad de la luz, desde un futuro en el que dejaremos de girar con el resto de cosas sobre el eje de la tierra. Para tranquilizar al personal algunos chinos cuentan que nada dura, nada está acabado y que nada es perfecto. O por lo menos eso explica el libro que hace años Cañada me regaló. Queda bonito arreglar la cerámica con polvo de oro, pero no hay capítulo sobre cómo es eso de mantener la calma pancha mientras el cielo se derrumba sobre nuestras cabezas.
El dilema que resolve