
La mañana del 27 de septiembre de 1975, tres hombres fueron conducidos hacia el patíbulo de Hoyos de Manzanares, en Madrid. Se llamaban José Luis Sánchez Bravo, Ramón García Sanz y Xosé Humberto Baena. Todos ellos estaban en la veintena y la vida les fue arrebatada sin que profirieran un grito ni suplicaran. Tampoco se vendaron los ojos: querían ver a la muerte a la cara. Eran militantes del FRAP y fueron los últimos fusilados del franquismo.
Se les condenó por el asesinato de un policía en el atentado de Alenza, uno de los tres que el FRAP, siguiendo consignas del PCE (m-l), cometió ese verano. Fue una campaña de violencia que pretendía prender la mecha de la insurrección popular aprovechando los últimos meses de vida del dictador. Pero nada salió como estaba previsto: las masas no tomaron las calles, el FRAP perdió toda su influencia, y al menos un inocente fue ejecutado.
Esa es la tesis que el periodista Roger Mateos (Barcelona, 1977) defiende en el libro El verano de los inocentes (Anagrama, 2025). Después de la investigación que aportó luz a los secretos que rodearon la muerte de Cipriano Martos , Mateos se ha adentrado en el caso de los últimos fusilados del franquismo. Han sido tres años de remover archivos y recuerdos, de derribar los muros del pacto de silencio que se estableció entre los militantes del FRAP y de abrir la caja de Pandora. El resultado ha sido un texto que relata con todo lujo de detalles el montaje policial que llevó a disparar esa última bala contra el pecho de alguien que no había cometido el delito del que se le acusaba.
Asegura que Xosé Humberto Baena, el último fusilado del franquismo, era inocente. ¿Qué le hace estar tan seguro de ello?
La idea del libro nace después de que gente del FRAP me enseñara pruebas de que detrás de esos fusilamientos las cosas no estaban claras. No es sólo que hubiera habido un atropello judicial y policial contra los acusados, cosa que ya se sabía. Lo que me mostraron abría la puerta a demostrar que señalaron como autor material a quien no era y que mataron a la persona equivocada. Y hoy sí lo creo firmemente: ese hombre se llamaba Xosé Humberto Baena y era inocente.
Han sido tres años de investigación.
Para este libro sí, pero ya llevaba más de 20 investigando y estudiando el FRAP. Pero curiosamente, durante todo este tiempo, nunca llegué a tocar el verano de 1975, porque siempre fue un tabú que no sabía romper. Todo lo que tuviera que ver con la lucha armada, los atentados y su autoría era algo sobre lo que no indagaba. Y no porque yo no le encontrara interés, sino porque mis fuentes no querían hablar. Nadie quería tocar este tema tan sensible.
Los hechos de ese verano ya han prescrito y están amnistiados. Además, lo que usted buscaba era demostrar la inocencia de un militante del FRAP. ¿Por qué, entonces, esa reticencia?
Porque es un tema muy delicado. Primero, hay que tener en cuenta que la decisión de empezar la lucha armada la toman personas que no tienen nada que ver con los comandos que llevan a cabo los atentados. Y luego es importante entender que, durante estos 50 años, los integrantes de esos grupos armados han sido muy estigmatizados por parte del antifranquismo que condenaba la violencia.
Por eso, les cuesta mucho abordar este tema. Quienes lo vemos desde fuera del FRAP pensamos en que los hechos están amnistiados y, por tanto, creemos que no habría ningún problema si hablaran y ayudaran a encontrar las respuestas que hasta ahora no se nos han dado. Pero para ellos es diferente.
La acusación contra Baena nace de una declaración firmada bajo tortura. Seguro que la decisión que tomó Pablo Mayoral tiene una explicación, pero es una explicación que sólo él conoce
A Baena lo detienen porque uno de sus compañeros le delata como autor material del atentado. Si realmente era inocente, ¿por qué nadie del partido salió a desmentir esa acusación?
Porque nace de una declaración firmada bajo tortura. Ese es uno de los puntos más delicados de este caso porque son documentos que se deben coger con pinzas. Seguro que la declaración de Pablo [Mayoral, uno de los participantes del atentado de Alenza, inicialmente condenado a muerte y finalmente a 30 años de cárcel] en la que acusa a Baena tiene una explicación, pero es una explicación que sólo él conoce. Y estoy convencido de que detrás de la decisión que tomó hay mucho sufrimiento y trauma. Y entiendo que sea difícil hablar de eso.
La otra pregunta es por qué Baena acepta esa acusación y jamás se declara inocente. Usted defiende que protegía a alguien. ¿Tiene idea de quién puede ser?
Tengo nombres en la cabeza, sí. Pero no he querido escribirlos en el libro para no señalar a nadie. No era ese mi objetivo. Sólo quería corroborar que la dictadura fusiló a tres miembros del FRAP después de unos procesos judiciales esperpénticos y con falta de garantías. Y hacerlo con hechos y evidencias. Es evidente que la gente se pregunte que, si Baena no fue, quién lo hizo. Pero no es el objetivo de mi trabajo responder a eso.
Las personas directamente implicadas en los atentados tienen muchas reticencias a hablar. Hay secretos que han mantenido escondidos durante cincuenta años. Es legítimo y yo debo respetarlo
Dos de las personas que podrían arrojar luz sobre esa cuestión son Pablo Mayoral y Manuel Blanco Chivite, que participaron en el atentado de Alenza y, al contrario que Baena, se salvaron de la pena de muerte. Pero, ante sus preguntas, le recriminan que fiscalice al FRAP en lugar de desenmascarar los monstruos del régimen. ¿Cómo le sientan esas acusaciones?
El libro entienden es una condena al franquismo y a las atrocidades que cometió la dictadura. Pero las personas que estuvieron directamente implicadas en aquellos hechos tienen muchas reticencias a hablar. Hay cosas que sólo ellos saben y secretos que han mantenido escondidos durante cincuenta años. La familia de Baena necesita saber qué pasó el día del atentado y yo, como periodista, estoy con ellos en esta búsqueda. Pero nadie puede romper ese silencio si ellos no quieren hacerlo.
Me parece injusto su punto de vista y que me acusen de fiscalizar a quien no toca, es cierto, pero no soy quién para juzgarles. Al fin y al cabo personas como Pablo o Manolo sufrieron torturas atroces y pasaron por consejos de guerra que fueron una farsa. Yo sigo convencido de mi trabajo periodístico y del derecho a buscar las respuestas que, durante cincuenta años, nadie nos ha dado. Porque, insisto, con todos los hechos amnistiados y prescritos, ya deberíamos saber qué pasó.
Menciona el proceso judicial. Durante la instrucción, la defensa no pudo presentar testigos ni pruebas. También se alteraron informes policiales que contenían evidencias que desmontaban el relato oficial y que apuntaban, no sólo a la inocencia de Baena, sino a la presencia de un cuarto hombre. ¿Por qué el régimen decidió no buscarle?
Los consejos de guerra estuvieron llenos de irregularidades flagrantes y escandalosas. No se respetó ninguna garantía, los abogados no pudieron ejercer sus defensas en ningún momento. Todo se basó en unas declaraciones autoinculpatorias firmadas bajo tortura. ¿Por qué? Pues porque el régimen tenía prisa.
Quería dar un escarmiento lo más rápido posible a dos organizaciones, el FRAP y ETA, que estaban cometiendo atentados justo cuando el régimen se sentía más frágil. Estaba perdiendo el control de la calle, el presidente Arias Navarro era débil y estaba presionado por los sectores más ultras, que le acusaban de blando.
Pero esa represión también despertó a la comunidad internacional que pedía clemencia para los condenados. Hasta el Papa Pablo VI se escribió cartas con Franco.
Pero, a pesar de eso, Navarro pensó que, si era demasiado indulgente, podían acabar cesándolo. Así que no tuvo inconveniente en sacar adelante esa pantomima judicial. Evidentemente, hubo una mano negra que dictó previamente esas cinco condenas a muerte.
Los consejos de guerra en los que se juzgaron los dos atentados cometidos por el FRAP el verano del 75 estuvieron llenos de irregularidades flagrantes y escandalosas
Pero algo se reformuló, porque inicialmente eran once las personas que iban a ser fusiladas.
Sí, ocho del FRAP y tres de ETA. Era una barbaridad que hacía décadas que no se veía. Superaba hasta los estándares franquistas. Fue por las presiones internacionales que el régimen se vio obligado a revisar las condenas y acabó decidiendo ejecutar a cinco y conmutar la sentencia de muerte del resto por penas de cárcel. Fue un término medio que no contentó a la comunidad internacional, porque clemencia no hubo, ni a los sectores más ultras. Arias Navarro ya era un cadáver político.
La noticia de las condenas provocó una oleada de protestas alrededor de Europa encabezadas con pancartas y simbología del FRAP. El partido lo vio como una señal de que su influencia en el mundo crecía. Pero no se les vio como héroes antifascistas, sino como víctimas de la represión. ¿Cómo vivió el partido esas semanas?
El FRAP nunca había tenido tanta visibilidad. Se organizaron manifestaciones en muchas ciudades y se gritaron consignas a favor de los presos políticos del partido. Todo aquello fue una ola de solidaridad contra las condenas a muerte, no una muestra de apoyo a la lucha armada. Pero el FRAP no lo entendió así: pensó que era el momento de expandir su fuerza, sin entender realmente qué estaba pasando en sus bases.
Ese verano del 75, a raíz de los atentados, el FRAP estaba quedando totalmente borrado del mapa porque las detenciones eran constante y las células estaban siendo desarticuladas. La cúpula del partido no entendió lo que sucedía y decidió seguir adelante con los atentados.
Consigue acceso a las actas de las reuniones que el FRAP mantuvo durante esos días y se ve esa distorsión de la realidad. ¿A qué atribuye esa perspectiva alejada de la realidad? ¿Tiene que ver, quizás, con el hecho de que Elena Ódena y Raúl Marco, máximos dirigentes del partido, vivieran en Suiza?
Tiene que ver con unas maneras de funcionar que no sólo eran propias del FRAP, sino de muchas organizaciones revolucionarias clandestinas. Tenían métodos que muchas veces eran sectarios y herméticos, con poco contacto con otras opiniones y mucho menos con las bases. Se ve en estas actas, en las que se constata que los debates que tenían en los encuentros no eran tal; eran discursos endogámicos y autocomplacientes.
Ellos creían realmente que lideraban la lucha antifranquista y que con esos atentados llegarían a desencadenar una guerra popular. Su idea era iniciar la lucha armada durante los últimos momentos de Franco para que endureciera la represión y mostrara su cara más cruel. Así, el pueblo vería que el régimen era irreformable y exigiría neutralizar los pactos que pudieran hacer las élites y los sectores más evolucionistas de la dictadura con los más moderados de la oposición antifranquista.
Pero eso no pasó. De hecho, en los libros de historia, el FRAP ha acabado ocupando un lugar bastante secundario. ¿Cree que se ha acabado infravalorando su influencia?
Sí. Durante la primera mitad de los 70 fue una fuerza antifranquista muy relevante, con mucha visibilidad y una gran hiperactividad en la calle. Pintadas, manifestaciones clandestinas, octavillas, acciones contra multinacionales, sucursales bancarias… Evidentemente, no tenían la fuerza del PCE de Carrillo, ni del PSUC en Catalunya, pero era una de las más importantes del momento.
Todo cambió cuando deciden empezar el camino de la lucha armada. Eso acaba estigmatizando a sus militantes a ojos de una parte de la militancia antifranquista, entre los que se encuentra Carrillo, que condena sin paliativos el terrorismo individual. Y claro, hoy a buena parte del antifranquismo se le hace incómodo reivindicar el legado del FRAP.
Se ha usado mucho la palabra terrorista para calificar al FRAP, pero poco para definir la dictadura. Y eso que razones no faltan
Pero ¿era el FRAP una banda terrorista?
No. O, al menos, no nació así. No era el brazo armado de su matriz política, el PCE (m-l), ni el equivalente al GRAPO del PCE. Nace en 1971 como un frente político, un conglomerado de organizaciones sectoriales, sindicales, de trabajadores, estudiantes, mujeres, artistas y campesinos. Todas estas organizaciones, bajo paraguas del FRAP, tenían como cerebro político al PCE (m-l). De hecho, las células encargadas de matar a uniformados no se crean hasta 1975.
Y aquí hay otra cosa: se ha usado mucho la palabra terrorista para calificar al FRAP, pero poco para definir la dictadura. Y eso que razones no faltan. Si te fijas, mientras las siglas del FRAP estuvieron activas, del 71 al 75, causaron cuatro víctimas mortales. En el mismo periodo de tiempo, entre ejecutados, víctimas de balas perdidas, torturados y demás, el régimen causó 64.
Los últimos fusilamientos fueron el 27 de septiembre de 1975. Cuenta con todo lujo de detalles la vigilia de las ejecuciones en dos capítulos devastadores, uno desde dentro de las celdas y otro desde Albania, donde se encontraba la cúpula del partido. ¿Qué hacían allí cuando tres de sus compañeros iban a morir a las pocas horas en Madrid?
Las semanas anteriores, una delegación del PCE (m-l) viaja a la Albania comunista. Era su padrina, protectora y patrocinadora internacional. Una de las personas que les acoge es Ramiz Alia, quien sería sucesor de Enver Hoxha, y les dice sin tapujos que tienen que aprovechar los fusilamientos para dar a conocer las siglas del FRAP, usarlo para captar todas las adhesiones posibles y hacer que el movimiento marxista-leninista reviva internacionalmente.
La conversación fue escalofriante porque en ningún momento se plantean gestiones para impedir esas ejecuciones. Pero la cosa cambia la vigilia de los fusilamientos. Cenando en casa de Alia, se enteran por la televisión italiana de que el gobierno de Franco ha dado su visto bueno a las condenas y que la mañana siguiente serán ejecutados los militantes.
Es entonces cuando intentan buscar alguna solución y se van a la embajada de la China en Tirana. En ese momento el país asiático ya estaba estableciendo relaciones con el régimen y podía llegar a ser un elemento de presión. Pero no lo fue. El embajador les dejó muy claro que no iba a mover ni un dedo por las personas que estaban a punto de perder la vida.
Esa noticia de que los fusilamientos se iban a producir al día siguiente también cogió a contrapié a los condenados y a sus familias, que no esperaban que la ejecución fuera tan pronto. ¿Cómo fue esa última noche para ellos?
Esa noche, la más dramática para las familias y los condenados, transcurre en unas celdas aisladas de la cárcel de Carabanchel. Los que serán fusilados, según testigos directos que los vieron, asumieron con mucha serenidad su destino. Ellos, de hecho, ya tenían asumido que su final sería ese y no tenían esperanzas de que pudiera llegar un indulto de última hora.
Les acompaña el abogado de Baena y la familia de Sánchez-Bravo, que ha venido de Vigo y le está arropando. Están su madre y sus hermanos, en particular destaca Vicky, que fue una de las más activas y de las que se movió más para intentar impedir las ejecuciones. Pero Ramón García Sanz, que era un chico huérfano nacido en Barcelona, estaba solo. Ni siquiera pudo entrar su abogado, porque le echaron del juicio y no le permitieron acompañarle. Aquella noche nadie durmió, hubo emoción y solidaridad. Se cantaron canciones gallegas.
La noche antes de los fusilamientos, Baena le dice una frase devastadora a su padre: “Lo siento, papá, pero no puedo darte este consuelo. No fui yo quien le mató”
Al final, se sumaron el padre y el hermano de Baena, que casi no llegan a despedirse porque avanzaron la hora de los fusilamientos…
Tenían unos billetes de tren con los que, después del cambio de hora, no habrían llegado. Así que se cruzaron el país, desde Vigo, en taxi. Llegaron media hora antes de que se llevaran a Xosé Humberto y ahí se produce una escena que me ha descrito su propio hermano y que yo reproduzco al principio del libro porque es muy importante. El padre de Baena le dice que no hay nada peor que perder a un hijo, pero que sería más devastador todavía si resultara que es inocente, porque significaría que iban a fusilar a un inocente.
Y Baena le dice una frase devastadora: “Lo siento, papá, pero no puedo darte este consuelo. No fui yo quien le mató”. Esa frase es el hilo conductor de todo el libro y lo que me lleva a querer reunir todas las evidencias posibles para demostrar que esas últimas palabras que Baena le dice a su padre fueron ciertas.
Eso inicia una investigación que le lleva a conocer bien a la hermana de Baena, Flor; a su novia, Maruxa; a sus antiguos compañeros y a su abogado. ¿Hasta qué punto se convirtió en un asunto personal?
Lo fue de arriba abajo. Ha sido la investigación periodística que me ha implicado más horas, más trabajo, más viajes, más archivos, más testimonios, más dolores de cabeza y más angustia. Y eso es porque conozco a las fuentes desde hace muchos años, las aprecio, y las iba a enfrentar a un tema muy sensible. Profundizar en un tema como este no ha sido nada fácil.
En el último capítulo revela la conversación con un testimonio que podría demostrar la inocencia de Baena. ¿Tiene esperanza de que algún día alguien llegue a hablar públicamente y se aclaren los hechos?
Creo que sí. Han pasado 50 años y todo está prescrito y amnistiado. Además, ya hay un precedente del 1963, cuando se ejecutó a dos militantes anarquistas con garrote vil. Los acusaron de colocar dos explosivos en la sede central de la Policía en Madrid. No causaron víctimas mortales, pero sí decenas de heridos.
Se culpó a Francisco Granado y Joaquín Delgado. Ellos se decían inocentes, pero les torturaron hasta hacerles firmar una declaración autoinculpatoria. 30 años después de los hechos, salió un documental que demostró su inocencia básicamente porque los dos autores auténticos de las explosiones dieron un paso al frente y confesaron. No descarto que algo así pueda llegar a pasar con el caso de Baena, pero es verdad que ha pasado medio siglo y la caja de los secretos sigue cerrada a cal y canto. Mi libro, al final, lo único que hace es resolver, quizás, algunas incógnitas, pero plantea otras.