La democracia se inventó para que gentes que habitan en el mismo lugar (país, región o ciudad), y tienen puntos de vista diferentes, puedan, a pesar de eso, vivir juntos. Ese experimento solo funciona si cada ciudadano, piense lo que piense, es capaz de respetar el criterio del otro, a cambio de que el otro se comprometa a hacer lo mismo, en justa correspondencia.

Por no remontarnos mucho más atrás en la historia, el odio político se asentó en Europa en los años 30 del siglo pasado, cuando comunistas y fascistas decidieron instaurarlo como sentimiento común, y eso provocó masacres represivas y guerras, incluidas las peores: las fratricidas, como la española del 36. Porque el odio tiende a derivar hacia el deseo de eliminación física del odiado.

Así ocurrió en los Balcanes, en los años 90

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