La idea de defender un gobierno como el actual de Israel, con un primer ministro, Benjamín Netanyahu, con problemas judiciales y al frente de una coalición de seis partidos -el conservador Likud, dos formaciones religiosas ultraortodoxas y tres de extrema derecha sionista- que bien podría actuar de espejo de la mayoría que se sumó a la moción de investidura de Pedro Sánchez y todavía le mantiene en el machito, no es plato de gusto para nadie, mucho más si se trata de un jefe de Ejecutivo que está tratando de ajustar cuentas con el Poder Judicial, cambiando el procedimiento de elección de los jueces -¿les suena?-, y reduciendo la potestad del Supremo para fiscalizar las actuaciones gubernamentales, todo ello con una mayoría parlamentaria por la mínima. Es, además, un gobierno en el que se i

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