El documental ‘The Librarians’ retrata a las mujeres que resisten ante la cruzada de legisladores y activistas conservadores en bibliotecas escolares que empezó en Texas, Florida y Luisiana y se ha extendido por todo el país
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Una mujer habla a contraluz delante de una ventana. Sólo se ve su silueta oscurecida y a ratos destellos de sus gafas. Un subtítulo la identifica como “bibliotecaria anónima” de Texas que ha sufrido acoso por cuestionar la eliminación de libros respaldada por el gobernador de su Estado.
“Nunca se nos ocurrió que nos atacarían, nunca pensé que estaríamos en la primera línea… Somos guardianes del espacio, de los recursos, de la gente. Ahora nos han puesto en el frente y tenemos que contar nuestra historia”, dice la bibliotecaria de Texas en el arranque del documental The Librarians, que se ha estrenado este viernes en los cines del Reino Unido y llega la semana próxima a las pantallas en Estados Unidos.
El miedo no es infundado. Las heroínas de este documental, que salen en su mayoría a cara descubierta, cuentan sus despidos, los emails intimidatorios y las amenazas físicas, incluso de hombres con pistola que hablan abiertamente de matar a las bibliotecarias o los concejales que las apoyen. Un congreso de bibliotecarios en Estados Unidos es ahora un evento con medidas de seguridad reforzadas. “Si me hubieras dicho hace unos años que un congreso de bibliotecarios iba a necesitar esto, habría dicho que estás loca”, dice una bibliotecaria a la cámara.
Amanda Jones, bibliotecaria de un instituto en una pequeña ciudad de Luisiana, se ha esforzado en dejar claro en público que siempre lleva varias pistolas para protegerse. Cuando llega a un lugar, está acostumbrada a mirar dónde está la puerta de emergencia o cómo puede huir en caso de tiroteo. Jones es una de las que no se ha rendido pese a las amenazas. Desde que en 2022 habló en una reunión pública contra la eliminación de libros con referencias a la comunidad LGTBI o el racismo, la persecución ha sido constante.
Julie Miller se encontró su nombre escrito en todos los documentos de un hombre al que define como “agitador a sueldo” que la ha denunciado y dice ser parte del grupo Moms for Liberty, una red de mujeres conservadoras financiada por donaciones millonarias que se ha dedicado a promocionar a candidatos a los consejos escolares y hacer listas de libros supuestamente pornográficos, desde un cuento de una pareja de pingüinos machos hasta Maus, el libro sobre el Holocausto de Art Spiegelman (la excusa en este caso son las viñetas de ratones “desnudos” cuando en la mayoría llevan ropa).
Amanda Jones y Julie Miller, entre las múltiples protagonistas luchadoras del documental, participan en el preestreno de la película en la Biblioteca Weston de la Universidad de Oxford, junto al bibliotecario jefe, Richard Ovenden, y la historiadora Mary Beard.
“Es una de las ilusiones de mi vida estar aquí”, dice Jones, entre aplausos de un público mucho más cálido de lo normal en la ciudad. “Gracias, gracias”, repite Beard dirigiéndose a las bibliotecarias. Ella, historiadora de la Universidad de Cambridge especialista en el Imperio Romano, comenta que podría contar muchas historias sobre cómo los romanos quemaban libros, pero le interesa más “el futuro”.
“Las bibliotecas son la infraestructura de la democracia, y los bibliotecarios son los defensores, están en la primera línea de una sociedad abierta, pluralista y democrática”, dice Ovenden, autor de Quemar libros, un ensayo de 2020 sobre la historia de la persecución del conocimiento que muestra en el documental una bibliotecaria para explicar qué está pasando ahora en su país. “Debemos estar alerta ante los peligros que afrontamos frente a la estrategia de quienes buscan suprimir el conocimiento”, insiste Ovenden. “Limitar la libertad de las personas para elegir lo que leen se está convirtiendo en un riesgo para nuestra sociedad”.
Campaña organizada
Rodeadas de libros de una de las bibliotecas más antiguas de Europa, Jones y Miller reconocen que ellas mismas, como otras protagonistas del documental, no estaban “alerta”.
En Estados Unidos, no hace falta remontarse al macartismo de los años 40 y 50 del siglo pasado para encontrar ejemplos de intento de limitar la circulación de libros. De hecho, el debate seguía vivo décadas después y llegó al Tribunal Supremo, que en 1982 dictó sentencia a favor de la libertad de las bibliotecas públicas.
Pero lo que ha pasado después de la pandemia es una campaña organizada, y bien financiada, que antes no existía. No se trata solo de activismo ciudadano, sino de una respuesta inmediata de los legisladores locales del Partido Republicano, cada vez más a la derecha, para expurgar libros y castigar a sus guardianes. Parte de los grupos que protestaban en pandemia contra los cierres de las escuelas y los requisitos de vacunación o mascarillas, se reconvirtieron rápido a las campañas contra los libros en bibliotecas y colegios.
En octubre de 2021, un legislador del Congreso de Texas, Matt Krause, sacó una lista de 850 libros que, según él, eran “incómodos” para los jóvenes y debían ser eliminados de las bibliotecas de las escuelas del estado, la mayoría relacionados con la diversidad sexual y otros con la historia del racismo o el antisemitismo. El gobernador de Texas, Greg Abbott, le secundó, dando más poder a los políticos y a los progenitores para que decidan qué libros pueden estar en las bibliotecas públicas.
A partir de ahí, el elenco fue engordando y se fue difundiendo en otros Estados como Florida, Luisiana, Tennessee e incluso el menos conservador Nueva Jersey. Hay casos de eliminación de libros hasta en Chicago y Nueva York en batallas hiperlocales.
Gobernadores republicanos, algunos con ganas de competir en las elecciones de 2024, se lanzaron a la misma campaña e incluso amenazaron con perseguir penalmente a las bibliotecarias —la mayoría son mujeres— y a las instituciones para las que trabajan. Ron DeSantis, el fallido candidato republicano a las presidenciales y gobernador de Florida, declaró que esa era su guerra “contra lo woke”. Parte de la nueva ley que defendió ha sido rechazada este verano por un juez federal.
El canario en la mina
Desde 2021, la lista de libros cuestionados y guardados en un armario, tapados con una tela o eliminados por completo no ha hecho más que alargarse. Entre los títulos expurgados de bibliotecas y colegios más a menudo están El cuento de la criada de Margaret Atwood, Cometas en el cielo de Khaled Hosseini, El color púrpura de Alice Walker y Ojos azules de Toni Morrison.
En Tennessee, en febrero de 2022, un pastor organizó una quema pública de libros, entre ellos los de la serie de Harry Potter, y la retransmitió en directo en internet. En la última ola después de la pandemia, PEN America, la organización dedicada a defender a escritores y editores, ha documentado 16.000 casos de vetos de libros.
Las bibliotecarias han sido “el canario en la mina”, según explica la directora de The Librarians, Kim Snyder. “Ahora se siente aún más marcado y diferente que hace tres años y medio… incluso con la expansión a otros sectores, como nuestros museos, nuestra educación superior y nuestros medios de comunicación tradicionales”.
En mayo, Trump despidió a la bibliotecaria jefe del Congreso, Carla Hayden, después de que un grupo conservador la acusara de ser “woke” y promocionar “material radical” para niños, si bien la Biblioteca del Congreso es un archivo dedicado sobre todo a la conservación y que consultan habitualmente historiadores y otros expertos.
Unos días antes de su despido, Hayden habló en la celebración de la Biblioteca de la Universidad de Oxford donde hoy están las bibliotecarias de Luisiana y Florida, y comentó que si pudiera le pediría al presidente que mantuviera “una mente abierta”.
Trump ha dado órdenes de revisar los museos semipúblicos Smithsonian de Washington para eliminar material que refleje una visión crítica del país o destaque la historia de su diversidad racial. Su Gobierno también ha retirado libros de academias militares sobre las que tiene control, en un caso que ya está en los tribunales por violación de la libertad de expresión.