La posmodernidad es exigente en sus estándares sociales, económicos y, no se diga, fisonómicos. Bien lo saben los coreanos, esclavos del mundo cultural del K-pop, revestido de superficialidad y banalidad con sello mercable e importable.
Si eres impopular, pobre y desagraciado, ni te presentes a competir por un amor. Todo tu entorno te lo advierte: no te lo mereces. Mejora, sube de nivel y después intenta ligar. No antes; así funciona la regla. En este exigencialismo sociocultural no existe el altruismo amoroso o el amor por caridad. Todo cuesta.
Los hombres de las nuevas generaciones padecen esta crisis de superficialidad afectiva: les afecta a los adolescentes, a los jóvenes —millennials, centennials— y también, tempranamente, a los imberbes alfas.
Mujeres de alto valor, que se cotizan