En Argentina abundan leyes curiosas, pero pocas alcanzan el nivel de la ley de Padrinazgo Presidencial (20.843) , vigente desde 1974. Según esta norma, cada presidente en funciones debe convertirse en padrino del séptimo hijo varón —y más tarde también de la séptima hija mujer— nacido en una familia. A cambio, el niño recibe una medalla, un diploma y una beca asistencial . Todo esto, con el objetivo de que no se transforme en lobo.

La ley tiene un trasfondo que oscila entre lo pintoresco y lo sobrenatural: la creencia de que el séptimo hijo podía transformarse en lobizón en las noches de luna llena. Para prevenir semejante destino, se estableció que el máximo mandatario del país adoptara simbólicamente a la criatura, lo que lo protegía del embrujo popular.

Lo sorprendente es que en p

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