Es curioso: siempre acabo hablando de taxistas. Quizá porque el taxi es un lugar entre el anonimato y la intimidad; durante unos minutos compartes trayecto con un desconocido que, sin embargo, puede dejarte una confesión reveladora. Las conversaciones con los taxistas son un baremo de nuestra sociedad, un termómetro que mide lo que ocurre en la calle, en las casas, en los bares.

Hay taxistas silenciosos y taxistas habladores. Los primeros conducen con gesto serio. Los segundos hablan de fútbol, de política, de sus hijos o del precio de la gasolina. A veces sus opiniones me irritan, otras me conmueven.

Una mañana cualquiera tomo un taxi en una calle céntrica de Palma. Me acomodo en el asiento trasero y descubro que la conductora es una mujer. Me recibe con un saludo en castellano. Yo le r

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