En la cola de la pasarela para entrar en el avión, veo ante mí un imponente culo sin bragas, que una raja oscura divide en dos turgentes nalgas. Es un culo portentosamente visible, pero, ojo: no desnudo. Su portadora lleva un vestido verde muy ceñido que, mediante una malla transparente a modo de escafandra de culo, forma una ventana que permite admirar esta parte de su anatomía.
La cola se esponja a su paso, entre ella y los que la seguimos se abre una distancia de un par de metros, creo que porque vamos más lentos. Es por la duda. Dudamos entre mirar fijamente al culo o desviar la mirada por temor a profanarlo. Observo que casi todos optamos por la segunda opción, a pesar de que la visión de un culo que pide a gritos ser mirado (¿por qué, si no, su propietaria lo habría enmarcado tras u