El regreso del comediante es buena noticia. Pero también es una advertencia: lo riesgoso no fue el silencio, sino lo fácil que fue imponerlo.

Jimmy Kimmel volvió al aire. Respiramos. El sarcasmo sigue vivo en prime time. Pero como suele pasar con las democracias, lo preocupante no fue el final del episodio, sino lo fácil que fue montarlo.

Kimmel fue borrado de la pantalla, no por un error, ni por una baja de rating. Fue una omisión adrede. Un silencio disfrazado de pausa. La sospecha flotó: ¿hasta qué punto se puede criticar al poder sin pagar el precio?

En Estados Unidos, país que convirtió la libertad en una franquicia global (tan rentable como Starbucks), el regreso de un comediante se siente como una victoria. Pero en realidad deja un sabor amargo: si hacer preguntas incómodas te po

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