El soldado Hermindo Luna , un criollo de 21 años nacido y criado en el campo formoseño, está sentado en un sillón con su fusil sobre las piernas; tiene la misión de vigilar el dormitorio donde sus compañeros duermen la siesta aquel domingo 5 de octubre de 1975. Todos están de retén; es decir, de reserva, listos para actuar en un caso imprevisto, por ejemplo, si a la guerrilla se le ocurre atacarlos, algo poco probable porque solo cumplen con el servicio militar obligatorio en la periferia olvidada del país, en un cuartel en los suburbios de la ciudad de Formosa.
Sin embargo, a las cuatro y media de la tarde Luna ve que dos jóvenes como él, vestidos de azul, armados también con FAL, entran pateando el portón y le gritan: "Rendite, dame el arma, que la cosa no es con vos". Pero, Luna la