Fin a cinco días de suspense. La decisión se ha hecho esperar, pero finalmente Emmanuel Macron ha vuelto a nombrar este viernes primer ministro de Francia a Sébastien Lecornu, que dimitió a principios de semana tras ocupar el cargo durante solo 27 días.

Lecornu había presentado su dimisión el lunes al presidente horas después de anunciar la composición de su Gobierno, abriendo una nueva crisis política en Francia . Las críticas sobre la composición del Ejecutivo por parte de Bruno Retailleau —ministro del Interior y jefe del partido conservador Los Republicanos (LR)— la misma noche de su anuncio precipitaron la implosión inmediata del Ejecutivo, formado por una coalición de centristas y conservadores.

Tras ser reelegido, Lecornu, considerado un leal al presidente, ha dicho en X que pretende acabar con “esta inestabilidad que perjudica la imagen de Francia y sus intereses”. “Esto solo puede hacerse bajo ciertas condiciones”, asegura, precisando en particular que sus ministros deben “encarnar la renovación” y que su “misión” es dotar al país de un presupuesto para fin de año.

Tras aceptar su dimisión el lunes, Macron encargó a Lecornu que llevara a cabo consultas con todas las fuerzas políticas con vistas a preparar una “plataforma de estabilidad” que permitiese lograr un acuerdo de mínimos para la nominación de un nuevo primer ministro y la tramitación de los presupuestos antes del 31 de diciembre, como exige la Constitución francesa.

Al término de las consultas, Lecornu había afirmado la noche del miércoles que consideraba que “un camino era posible” y que el presidente estaba en condiciones de “nombrar un primer ministro en las próximas 48 horas”, un plazo confirmado después por el Palacio del Elíseo. Para Lecornu, “una mayoría absoluta de las fuerzas políticas no desea una nueva disolución” y aseguró que, a su juicio, “una mayoría relativa de las formaciones políticas en la Asamblea está dispuesta a llegar a un acuerdo sobre el presupuesto”.

No obstante, el propio Lecornu pareció descartarse esa misma noche. “Mi misión ha terminado”, afirmó, tras las consultas. Señaló que había dimitido porque “no se daban las condiciones” para poder gobernar y que, “a día de hoy, siguen sin darse”.

El viernes, antes de anunciar su decisión final, Macron había reunido en el Elíseo, a primera hora de la tarde, a los líderes de las principales fuerzas políticas representadas en la Asamblea, a excepción de Francia Insumisa (LFI) y la extrema derecha.

Al salir de la sede de la presidencia tras la reunión de aproximadamente dos horas y media, la jefa de los ecologistas, Marine Tondelier, se había declarado desconcertada y había indicado que el nuevo primer ministro no sería de izquierdas. “Todo esto va a acabar muy mal”, advirtió. Por su parte, el líder de los socialistas, Olivier Faure, había asegurado que no descarta votar a favor de una eventual moción de censura del nuevo jefe del Gobierno. Ambos, junto al Partido Comunista, han estado presionando para que se nombrara un primer ministro de sus filas tras el colapso de los últimos tres gobiernos compuestos por centristas y conservadores.

“Los que han sido el escenario de esta comedia han quedado en ridículo”, ha reaccionado Jean-Luc Mélenchon, líder de LFI, tras conocerse la reelección.

Inestabilidad

La inestabilidad persiste en el paisaje político francés desde las elecciones legislativas de 2024, que resultaron en una Asamblea Nacional profundamente dividida, sin mayorías claras. La cámara baja del Parlamento ha derribado a dos primeros ministros (Michel Barnier y François Bayrou) en menos de un año, dos fracasos que se unen a la dimisión de Lecornu para marcar un periodo de grave incertidumbre política.

Tras esa sucesión de efímeros jefes de Gobierno de centro-derecha, una parte de la izquierda (a la que no se ha sumado Francia Insumisa) reclamaba que el presidente nombrase a una figura progresista, una posibilidad que Macron ha descartado con cada cambio de gobierno.

El presidente de Francia, Emmanuel Macron.

En Francia, el presidente tiene la autoridad exclusiva para nombrar al primer ministro y la Constitución no establece condiciones ni límites al respecto. La lógica institucional dicta que el primer ministro sea una personalidad que cuente con el apoyo de una gran mayoría de la Asamblea, pero en la actual situación de fragmentación parlamentaria nadie ha sido capaz de construir una mayoría suficiente.

Tras el fracaso de Lecornu muchas voces, incluso en su propio partido, reclamaban a Macron un cambio de orientación y tratar de construir un acuerdo con la izquierda, en particular con los socialistas. “Ahora hay que compartir el poder”, afirmó el lunes Gabriel Attal, actual secretario general de Renacimiento, el partido fundado por Macron. “No se ha intentado todo; lo que ha hecho el presidente es intentar lo mismo tres veces en un año, creo que se puede intentar otra cosa”.

Negociaciones

Tres grandes cuestiones parecen haber dominado las negociaciones en este sentido: la composición del Ejecutivo, el grado de austeridad que va a incluir el próximo presupuesto y la posible suspensión de la reforma de las pensiones que Macron hizo aprobar en 2023 y que elevará progresivamente la edad mínima de jubilación de 62 a 64 años. La suspensión de la reforma ha sido una de las grandes reivindicaciones de los partidos progresistas.

“Todos los asuntos tratados durante las consultas celebradas en los últimos días se someterán a debate parlamentario: los diputados y senadores podrán asumir su responsabilidad, y los debates deberán llegar hasta el final”, ha dicho Lecornu.

A estas tres cuestiones se suman los cálculos de los partidos sobre los posibles resultados de unas nuevas elecciones legislativas, en las que la extrema derecha aparece como gran favorita y en la que tanto el bloque central como los partidos de izquierda podrían perder un gran número de diputados. Esa presión pesará en la decisión final de muchos partidos a la hora de censurar a Lecornu.

Los medios de comunicación franceses evocaban estos días un Partido Socialista dividido en cuanto al camino a seguir. Aunque nadie en el PS quería unas nuevas elecciones legislativas (en las que la desunión de la izquierda les pasaría factura) algunos defendían que gobernar sin mayoría, con las limitaciones que impone la situación de las finanzas públicas francesas, supondría un desgaste perjudicial de cara a las próximas citas electorales. Una corriente interna, entre ellos el expresidente François Hollande, defendía un pacto de no censura, en lugar de una participación directa en el Gobierno.

En el lado opuesto del espectro político, el partido Los Republicanos también habría vivido duros debates en interno. Según apuntan varios medios estos días, existe una división entre los líderes, opuestos a cualquier revisión de la reforma de las pensiones y una mayoría de los diputados, que estarían dispuestos a resignarse a un compromiso para evitar unas nuevas elecciones en las que podrían perder sus más escaños en favor de la extrema derecha.