Ver las imágenes de nada más dar la vuelta al ruedo tras cortar por primera vez en su vida para dirigirse en esa inmensa soledad al centro del ruedo, la figura enjuta, los riñones metidos con la misma intensidad que cuando se pasa a los toros por la barriga, para desatornillarse la coletilla y entregarla entre lágrimas, abrumado, acongojado, al público de Madrid que le gritaba "no, no" es adictiva. Te destroza. Su dolor es tu dolor. Y por ahí anda el quid de esta cuestión. Esa congoja del diestro de La Puebla fue exactamente la que nos trasladó a todos y cada uno de nosotros en ese momento. Fue como si yéndose a los medios y quitándose el añadido entre lágrimas se despojara del sufrimiento, nos lo pasara, lo compartiera, un “no puedo más”. Lo que no sabía José Antonio en ese instante es
Así fue el día que Morante soltó su amargura (y comenzó la nuestra)

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