El ciclo barcelonés de sonidos inciertos y de riesgo encara su trigésima edición tras sobreponerse a la repentina muerte, en 2020, de su ideólogo Víctor Nubla
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Cumplir 30 años es tendencia en 2025: lo celebran discos, artistas y proyectos de toda índole. Pero entre las iniciativas culturales que este otoño conmemoran su trigésimo aniversario destaca con luz propia el ciclo de sonidos experimentales LEM. Nadie en este país ha trabajado con más ahínco y entusiasmo por divulgar las músicas de riesgo. Impulsado desde 1996 por la asociación Gràcia Territori Sonor (o GTS), detrás de este dispositivo sonoro (que no festival), estaban, entre otros, Macromassa, dúo de exploración filomusical formado por Víctor Nubla y Juan Crek al que se atribuye el primer disco autoeditado en España: Darlia microtónica (1976).
Durante los próximos días, el LEM acogerá en distintos locales de Barcelona al guitarrista sardo espectral SARRAM, a la célula pionera de la escena postindustrial alemana Das Synthetische Mischgewebe, a la pareja de trompistas suecos Atem Duo y al maestro del piano contemporáneo Josep Maria Balanyà. A petición propia, también actuará en esta trigésima edición el francés Kasper T. Toeplitz, compositor de la escena ruidista europea que estrena una pieza inspirada en Nubla, amigo personal e ideólogo del LEM que falleció en 2020. Precisamente este mes, el festival de cine documental musical In-Edit estrenará Mètode Nubla d’interpretació de Víctor Nubla, un retrato de su irrepetible figura.
Joan Ramon Guzmán fue uno de los 25 espectadores que asistió en 1976 a los conciertos de Macromassa en la barcelonesa sala Màgic de cuya grabación nacería el disco Darlia microtónica. “Fui de los 15 que se quedó hasta el final”, resalta. De aquel encuentro surgió una amistad inquebrantable. El LEM nacería veinte años después en una conversación de bar, “el hábitat natural de Nubla”, recuerda Guzmán. Ese día quedó dibujado en una servilleta de papel el croquis de un hipotético ciclo de músicas inciertas. Aún lo conservan, enmarcado, en la oficina de GTS. Distribuidas estratégicamente, como si de un poema visual se tratase, aún se pueden intuir algunas palabras: ciudad, música, mística, literatura y audiovisual.
El LEM no nacía de la nada, sino como respuesta a una extraña hiperactividad experimental concentrada en el barrio barcelonés de Gràcia. En los años 80, se habían instalado allí muchos músicos de la escena europea: de William Bennett a Pierre Bastien, pasando por Pascal Comelade. Colectivos del barrio programaban artistas clave como Henry Cow y la emisora pirata Radio PICA propagaba por las ondas los emergentes sonidos industriales. De todo ello da cuenta el recopilatorio Experimental music from Gràcia (1996). Nubla y sus acólitos idearon un ciclo de sonidos inquietos, extremos e incómodos cuyo texto fundacional del LEM hablaba de “reforzar la red de pequeños espacios y colectivos”, de “potenciar el pequeño formato” y de rescatar Gràcia “de su progresiva tendencia a convertirse en un inmenso bar”. En 1996 ya intuían la inminente turistificación del barrio.
Disonancias para salvar un barrio
La primera edición del LEM acogió media docena de actuaciones en dos jornadas. El plan era ir de bar en bar a contemplar los directos de Oriol Perucho, Markus Breuss y Tim Hodgkinson (de Henry Cow), entre otros. Casi nada. Todos actuaban en minúsculos garitos de Gràcia como Mi Bar, Galpón Sur, La Ñola, el recién nacido Heliogàbal o el Café del Sol. En este último actuó Comelade sentado al piano que había en el altillo mientras el público le escuchaba desde abajo. Con el tiempo, el LEM programaría actuaciones en bares como Grog, Sol de Nit, Sidepas, La Sal, Oníria, Elèctric, Puku, Continental, La Sonora de Gràcia, Barcelona Pipa Club… Con el tiempo, la mayoría desaparecieron o dejaron de acoger música en vivo.
La asociación Gràcia Territori Sonor apeló a instituciones municipales y europeas para salvar el barrio a través de las músicas experimentales. “Nos acogimos a un programa europeo de dinamización de territorios urbanos”, recuerda Guzmán, que fue presidente de GTS entre 1997 y 2009. El segundo año, el LEM programó a primeras espadas como Fred Frith y Pierre Bastien y el ayuntamiento concedió a GTS la Medalla de Honor de Barcelona. En 2000 actuó Charlemagne Palestine. Y en 2002, Terry Riley. Mark Cunningham, Eduardo Polonio, Derek Bailey, Carter Tutti, Za!, Joan Saura, Francisco López, Pau Riba, People Like Us, David Shea, Llorenç Barber, Sightings, Damo Suzuki, Michael Rother, Dieter Moebius, Cabo San Roque, Esplendor Geométrico, Mika Vainio, Radian, Hector Zazou y Phil Niblock también han derramado su inquieta creatividad en el LEM. Había en esos programas un deseo obstinado por cuestionar los límites mismos de la música.
Años dorados y días oscuros
GTS llegó a contar con un presupuesto anual de 350.000 euros, pero ha aprendido a subsistir con menos de 70.000. El músico e ingeniero de sonido Albert Guitart ha vivido las épocas más dulces y más amargas del LEM porque en 2012 ya asistía los discos y conciertos de Macromassa y sonorizaba algunas actuaciones del ciclo. La crisis económica de 2008 fue muy severa para las arcas de la asociación, pero aún lo fue más la crisis interna que se desató en 2014. Y nada ha puesto más en riesgo la continuidad del LEM que la llegada de la pandemia. El 31 de marzo de 2020 fallecía Víctor Nubla y hubo que activar un comité de crisis para salvar el proyecto.
Guzmán ya estaba desvinculado de GTS, pero dos jóvenes se habían incorporado con curiosidad y ganas. María Vadell pasó en menos de tres años de ser “la chica que vendía discos” a jefa de producción del LEM y, poco después, presidenta de GTS. Aleix Salvans hizo un camino parecido, de chico para todo a director artístico y, entre medias, salvador in extremis cuando, en pleno confinamiento y con todos los documentos vinculados al DNI del recién fallecido Nubla, sólo él tenía certificado digital para tramitar la subvención de 2020. Contra todo pronóstico, el LEM fue el único ciclo que se celebró aquel otoño, lo cual dice mucho de su obstinación.
“El LEM ha sobrevivido todos estos años porque si teníamos dinero, hacíamos los conciertos y cobrábamos todos. Pero cuando no lo ha habido, los conciertos se han hecho igualmente”, sintetiza Salvans. Lo que parece ya insalvable es el barrio. “La pescadería se ha convertido en un coffee shop. Nos han robado los locales y los posibles aliados están desapareciendo. Hay que repensar cómo aliarnos con los que quedan. El LEM siempre ha querido arraigar en este ecosistema, pero es como si echasen pesticida a las raíces”, diagnostica Vadell. Lejos quedan aquellos tiempos en los que sobraban bares en los que programar actuaciones, en los que Accidents Polipoètics actuaban en el mercado del barrio en los que Pascal Comelade regalaba para la fiesta mayor una interpretación de tres horas del Sex machine de James Brown, en los que las cerveceras aportaban miles de euros de patrocinio a muestras culturales minoritarios y radicales como la suya.
El LEM ya ha asumido la necesidad de salir de Gràcia para programar actividades. Cada vez hay menos bares dispuestos a acoger conciertos de músicas raras, pero aún hay centros cívicos, bibliotecas, ateneos, iglesias, cines y teatros en los que el LEM intenta plantar su desconcertante semilla. “Queremos seguir pisando territorio y se sobreentiende que no haremos cosas de gran tamaño. Perdería todo el sentido porque este tipo de expresión artística demanda proximidad y concentración individual y colectiva”, resalta Vadell. “En el LEM hay un pacto muy chulo entre público y músicos. No tenemos necesidad de anunciar un coloquio post-función en el que la gente levantará la manita y le daremos un micrófono para preguntar. Esto pasa de forma espontánea. El 80% de la gente se va, pero los que se queden haciendo una birra se pondrán a charlar con los artistas”, ilustra.