Durante años se repitió que el auge de la extrema derecha en España y en Catalunya era una moda pasajera —de hecho, algunos aún lo creen—, un síntoma menor de la fatiga democrática o una reacción puntual frente a la polarización. Sin embargo, los hechos muestran otra realidad: la extrema derecha no solo ha llegado para quedarse, sino que se ha convertido en un actor estructural del sistema político . Lo más inquietante es que muchos de quienes la alimentan y la apoyan no se reconocen como tales. Nadie se autodefine como de extrema derecha y, sin embargo, sus ideas, sus mensajes y su estética se han infiltrado con una naturalidad alarmante en amplios sectores sociales, especialmente entre las clases menos favorecidas y entre los jóvenes. La paradoja —y lo verdaderamente preocupante— es qu
El ruido del resentimiento

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