El Partido Popular ha montado un fiestorro para el próximo jueves en el Senado. Es otra de esas citas que prepara de vez en cuando con la intención de que sean el momento decisivo de la legislatura, el punto en el que todo saltará por los aires, Pedro Sánchez saldrá en camilla y Alberto Núñez Feijóo tendrá el camino despejado para entrar en Moncloa. De estas ha habido muchas y casi todas han acabado igual. Como mucho, Sánchez tiene que echar mano del paracetamol y Feijóo termina en su despacho mirando al techo y pensando que todo esto se le está haciendo larguísimo.

Sánchez declarará el día 30 en la comisión de investigación del Senado por el caso Koldo-Ábalos que el PP mantiene con respiración asistida y que acaba de prorrogar por seis meses más. Su utilidad ha sido entre escasa y nula. Su única función es generar titulares de cosas ya sabidas y sin ninguna revelación que no haya aparecido antes en la instrucción judicial. El PP llevaba tiempo pensando si le merecía la pena convocar a Sánchez hasta que un día –en una de esas sesiones de control en el Congreso que últimamente se le dan tan mal a Feijóo– el líder del PP se decidió a lanzarla como si fuera una gran bofetada al presidente.