Detrás de esos números hay vidas que deciden callar. “No es que no quiera ser mamá, es que no quiero que mi hija crezca viendo cómo me agoto entre dos trabajos y una deuda que nunca termina” , dice Marisol, de 32 años, trabajadora de una tienda de autoservicio en Tijuana. Su historia se repite en cada esquina del norte: en Ciudad Juárez, donde una joven de 26 años pospuso el embarazo por cinco años porque el costo de una cuna y pañales superaba su salario mensual; en Reynosa, donde un hombre de 30 confiesa que no quiere hijos porque “no tengo ni para pagar el agua, qué va a ser una universidad”; en Mexicali, donde tres clínicas reportan un aumento del 50% en consultas de anticoncepción de largo plazo, no por miedo al embarazo, sino porque “no quiero darle a un niño un futuro que yo no

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