Esta colaboración entre Rosalía y Yahritza y Su Esencia no nació de una reunión de equipos, ni de un contrato firmado en una oficina de la ciudad. Nació en un cuarto sin aire acondicionado, con las ventanas abiertas y el humo de un cigarro aún flotando en el aire, mientras dos jóvenes —una de Barcelona, otra de Mazatlán— se miraron sin decir nada y empezaron a cantar.

Lo que salió de esos minutos no fue un experimento, ni una fusión calculada. Fue un encuentro accidental, como cuando dos ríos se cruzan sin saberlo y, de pronto, el agua cambia de color. La voz de Yahritza, limpia como el agua de lluvia en el norte, se enreda con las cuerdas que Rosalía ha tejido como telarañas de memoria: no con tecnología, sino con nostalgia. No hay percusión que empuje, ni bajo que obligue a mover l

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