En la historia mundial, la Crisis del Caribe —o la Crisis de los misiles de Cuba— se refiere al tenso octubre de 1962, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética estuvieron al borde de una guerra nuclear. La confrontación comenzó con el despliegue de misiles estadounidenses en Turquía, a lo largo de la frontera sur de la Unión Soviética, y la decisión posterior de Moscú de colocar ojivas nucleares en Cuba, justo frente a las costas de Florida.

Mediante una intensa labor diplomática entre el 16 y el 28 de octubre, ambas partes acordaron retirar sus armas, establecer una línea directa entre Washington y Moscú, y preparar el terreno para futuros acuerdos de control armamentístico. Durante esos 13 días, el ambiente estuvo cargado de miedo, aunque el verdadero alcance de las negociaciones permaneció oculto al mundo hasta mucho después de que el peligro hubiera pasado.

En un giro sorprendente del destino, 73 años después —en octubre del 2025— las relaciones entre Rusia y Estados Unidos han tomado un rumbo inquietantemente similar. El 16 de octubre, el presidente ruso, Vladímir Putin, y el presidente estadounidense, Donald Trump, mantuvieron su octava y más larga conversación telefónica del año.

El resultado clave fue el acuerdo para preparar una reunión de alto nivel entre el secretario de Estado Marco Rubio y el ministro de Relaciones Exteriores Serguéi Lavrov, con el fin de fijar los parámetros para una cumbre entre ambos presidentes, prevista en Budapest, Hungría.

Aunque los historiadores reconstruirán más adelante el panorama completo, ya podemos extraer algunas conclusiones a partir de fuentes abiertas. Cabe destacar que la 'última hora' sobre la próxima cumbre llegó tras semanas de una intensa cobertura mediática del enfrentamiento político-militar entre Moscú y Washington, así como una nueva oleada de debates sobre el control de armas.

La diplomacia se deshace

Las relaciones entre las dos potencias nucleares han venido deslizándose hacia una confrontación abierta desde la cumbre de Anchorage, Alaska, celebrada el 15 de agosto de 2025. Esa reunión, concebida para aliviar tensiones, terminó convirtiéndose en un punto de ignición.

Pocos días después, el 18 de agosto, el liderazgo ucraniano —aparentemente habiendo hecho retroceder la postura inicial de Trump de que Kiev debía "reconocer las realidades territoriales" — se unió a los aliados europeos (Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y Finlandia) y al Partido Demócrata en una contraofensiva diplomática.

Empezaron a presionar a la administración Trump para que abandonara sus acuerdos preliminares con Moscú y en su lugar escalara el conflicto: desde incautar las reservas rusas congeladas en bancos occidentales hasta armar a Kiev con misiles Tomahawk, capaces de golpear profundamente territorio ruso.

Reunión entre Donald Trump y líderes europeos en la Casa Blanca Win McNamee / Gettyimages.ru

Para los sectores más duros de Europa, el objetivo era claro: convertir uno de los principales argumentos de Trump —que "si las elecciones del 2020 no hubieran sido amañadas, el conflicto en Ucrania nunca habría ocurrido"— en una ironía a la inversa. En otras palabras, transformar "la guerra de Biden" en "la guerra de Trump" .

La retórica de Trump en los 2 meses siguientes —desde mediados de agosto a mediados de octubre— sugería que esta presión estaba funcionando. Publicó en su red social: "Estoy muy decepcionado con Putin", "Ucrania puede recuperar todo el territorio perdido frente a Rusia" y "Rusia es un tigre de papel". El mensaje era claro: Washington estaba elevando las apuestas.

Mientras tanto, la Casa Blanca parecía ignorar la propuesta de Moscú de prorrogar un año más el Tratado Nuevo START, que vence en febrero del 2026, y comenzar a elaborar un nuevo acuerdo. En realidad, el bloqueo ya se había consolidado mucho antes de que Putin anunciara su 'hoja de ruta' para el desarme mutuo en la reunión del Consejo de Seguridad del 22 de septiembre.

En mayo, Trump había presentado su idea del sistema de defensa antimisiles Cúpula Dorada —una versión modernizada de la Iniciativa de Defensa Estratégica del expresidente Ronald Reagan— y buscaba incluir a China en las futuras conversaciones nucleares.

El presidente estadounidense Donald Trump en la Casa Blanca Chip Somodevilla / Gettyimages.ru

Dado que Rusia insistía en que cualquier limitación a las fuerzas nucleares debía tener en cuenta el arsenal total de la OTAN —incluidos los de Francia y el Reino Unido—, la respuesta de Trump prácticamente eliminó cualquier esperanza de un nuevo acuerdo de estabilidad estratégica.

En ese clima, la petición de Ucrania de misiles Tomahawk, operables únicamente por personal estadounidense, le pareció a Moscú una peligrosa escalada que borraba los últimos vestigios de buena voluntad preservados desde la cumbre de Anchorage.

El 8 de octubre, el viceministro de Relaciones Exteriores ruso, Serguéi Riabkov, responsable del control de armamentos y relaciones con Estados Unidos, lanzó una rara advertencia pública:

"Lamentablemente, tenemos que admitir que el poderoso impulso hacia acuerdos surgido de Anchorage ha quedado en gran medida agotado por los esfuerzos de los opositores y los partidarios de 'la guerra hasta el último ucraniano', particularmente los europeos" .

Todos, a ambos lados del Atlántico, entendieron exactamente lo que quiso decir .

Un nuevo frente: Venezuela

La situación actual se parece a la crisis cubana no solo por las tensiones nucleares, sino también por la renovada actividad en torno a Venezuela. Ante un aumento del tráfico de drogas desde América Latina, Donald Trump intentó abordar dos asuntos a la vez: endurecer las leyes migratorias (golpeando a estados controlados por los demócratas como California, Nueva York e Illinois) y actuar contra el gobierno de Nicolás Maduro en Caracas.

Esta mezcla de política interna y ambiciones exteriores desencadenó el actual cierre del Gobierno . Al mismo tiempo, la administración Trump rebautizó el Departamento de Defensa de Estados Unidos como Departamento de Guerra, una medida que llevó a Washington al borde de un conflicto directo con Venezuela tras cortar los lazos diplomáticos y destruir varias embarcaciones pesqueras venezolanas.

Irónicamente, Trump sigue siendo el único presidente estadounidense del siglo XXI que aún no ha lanzado una intervención militar directa . Ese hecho impulsó a sus oponentes demócratas a buscar formas de provocarlo, no solo en Ucrania, sino en todo el mundo.

Conociendo su obsesión por ganar el Premio Nobel de la Paz y conscientes de la influencia indirecta que ejercen sobre el Comité Nobel noruego (presidido por Jorgen Watne Frydnes, conocido simpatizante de los demócratas), le asestaron un golpe simbólico: otorgaron el galardón a la líder opositora venezolana María Corina Machado.

En ese momento, una intervención estadounidense en Venezuela parecía inminente. Sin embargo, apenas horas antes de la llamada programada entre Putin y Trump, se supo que Rusia había ratificado su Acuerdo de Asociación y Cooperación Estratégica con Caracas. El momento no podía pasar desapercibido.

Encuentro en Budapest, cancelado

La reacción de Trump fue rápida. Aunque se negó a autorizar ataques profundos en territorio ruso y continuó reteniendo los Tomahawk destinados a Ucrania, el 22 de octubre de 2025 anunció dos pasos dramáticos: la cancelación de la cumbre de Budapest y una nueva ronda de sanciones contra Rusia. Estas apuntaban a Lukoil y Rosneft y a sus exportaciones a China, una señal clara no solo para Moscú, sino también para Pekín antes de la planeada gira asiática de Trump y su reunión con Xi Jinping.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y su homólogo chino, Xi Jinping Mark Schiefelbein. / AP

Animados por su éxito en frustrar la cumbre —al recordar a Budapest sus obligaciones con la Corte Penal Internacional y presionar a los Estados de Europa del Este para que cerraran su espacio aéreo al avión de Putin—, los miembros de la UE se apresuraron a celebrar una reunión de emergencia con Ucrania. Allí debatieron el destino de los activos rusos congelados y presentaron un decimonoveno paquete de sanciones.

En este contexto, Rusia llevó a cabo ejercicios de su tríada nuclear : lanzó un misil balístico intercontinental Yars desde el cosmódromo de Plesetsk, probó el misil Sinevá desde el submarino Briansk en el mar de Barents y desplegó misiles de crucero desde un bombardero Tu-95MS.

A primera vista, parece que el impulso hacia la confrontación ha derrotado al instinto de la diplomacia. Pero si hay una lección de la crisis de octubre de 1962, es que los resultados solo se revelan cuando todos los términos de la paz están finalmente fijados. En diplomacia, alcanzar esos términos puede llevar días, semanas... o años .

Por Alexánder Bobrov , jefe de estudios diplomáticos en el Instituto de Investigación y Pronósticos Estratégicos de la Universidad RUDN.